Comunidad de base
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  Se dio en llamar así hacia mediados del siglo XX a las comunidades cristianas que, de forma independiente y original, por lo general marginándose de las formas tradicionales de la parroquia o de los movimientos cristianos organizados, intentaban vivir una relaciones cristianas más coherente con el Evangelio entendido como mensaje solidario y vivido con estilo comprometido.
   Intentaron, de una forma descoordinada al principio y más coherente después, asumir una vida cristiana más cálida y personal y menos regulada por las exigencias sacramentales inspiradas por las estructuras parroquiales.
   Las formas y los nombres de esas comunidades, tanto en Europa como en América del Sur fueron diversas. Las hubo más "marginales", sobre todo en Europa, sin apenas vínculos con la Jerarquía y reformulando algunos actos sacramentales como la Eucaristía al margen de la doctrina eclesial.
   Esas actitudes las situaron con frecuencia en las fronteras de la herejía o del cisma (algunas de Alemania, Holan­da, Francia) lo que las dio una vida efímera y normal desintegración con el paso del tiempo.
   Y surgieron otras más consistentes en sus vínculos con la autoridad episcopal, como las reconocidas y alabadas en las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Medellín y de Puebla, que surgieron como respuesta a la carencia de sacerdotes y a las necesidades sociocul­turales de la población del Continente.
   En general, es común reconocer que la vida de comunidad de fe es condición para una vivencia evangélica básica. Y es preciso reconocer que no hay formación cristiana auténtica si no se tienen expe­riencias de comunidad y de vivencia compartida de la fe. Por eso el educador de la fe debe partir de sus propias experiencias y hacer que sus catequizandos descubran también ese valor.
   Con todo, las formas y cauces son múltiples y no es fácil decir cuál es el mejor, pues cada uno puede tener sus intereses, preferencias o circunstancias oportunas que facilitan o dificultan.
   Lo que sí parece conveniente es que de una o de otra forma se viva la expe­riencia de comunidad. La comunidad familiar es la más natural y deseable como punto de partida. Pero debe tener el complemento, y en ocasiones por desgracia frecuentes, el suplemento de otras realidades: grupos cristianos, movimientos scouts, cofradías o asociaciones piadosas, etc.